1.12.08

1b

–¡Qué elocuencia!, qué distinción para cautivar, qué manera de asumir responsabilidades históricas.¿Ustedes oyeron con la debida atención esa joya de la retórica que acaba de pronunciar Paz Dávila?

Todos miraron a Olga y afirmaron o negaron o se pusieron a hablar de otra cosa al mismo tiempo.

–La elocuencia no es un arte tan difícil y Paz Dávila parece tener al menos ése a su alcance –respondió, por ejemplo, Luna.

La Nena había dicho que no, que sólo se había dedicado a observar meticulosamente cuál era el modelo de barbilla-bigotes-colmillos-lentes-orejas que mejor le quedaría a los afiches electorales del candidato a Decano. Guillermo, por dar un ejemplo más, había respondido sí. Se había callado un momento para dar paso a su mejor cara de gravedad: entrecejo junto, boca apretada, ojos buscando palabras. Después había dicho que eso de adecentar la universidad se le parecía levemente a una amenaza y recordó que el futuro Decano de Ingeniería –porque seguro que ganaba– había señalado insistentemente hacia el barrio cuando se refería a las irregularidades que debían evitarse.

–Erradicarse –dijo Olga– erradicarse es la palabra exacta que usó nuestro futuro comendador. Dijo exactamente en este tono –se irguió un poco, engoló la voz– “esta casa que con orgullo nos atrevemos a proclamar que vence las sombras, no puede permitirse que las irregularidades y el libertinaje campeen sin coto en su seno”, aquí debió colocar un punto y coma, “debemos erradicar esos males a lo largo y ancho de esta ciudad universitaria para la que todos sus hijos tenemos la obligación de procurar un futuro de orden y progreso”. Igualito al lema de la bandera de Brasil –dijo Olga cambiando el tono de discurso y sonriendo sin alegría.

–Era digno de verse –dijo Luna. Tenemos que recordarlo para las generaciones futuras. Glinda, tú serás la encargada de transmitir a las generaciones que vendrán el histórico acontecimiento que acabamos de presenciar.

Glinda lo escuchaba mientras doblaba con La Nena unas sábanas que habían estado secándose al sol sobre el pasillo techado.

–Les dirás –siguió Luna– que viste al hombre ordenado, amante del progreso, dueño de sí mismo y de sus circunstancias, etcétera, iniciando la cruzada para rescatar de las sombras a la Ilustre Universidad Central de Venezuela, fundada por el mismísimo Libertador Simón Bolívar en el año de gracia de... ¿en qué año fue que nos fundó el susodicho?

Glinda seguía escuchando mientras se sentaba con La Nena en el borde del techo y con los pies colgando miraban a Guillermo y a Olga que preparaban todo para montar la olla.

–Les dirás que, cuando eso ocurría -dijo Luna sin hacer caso a la pregunta-, aquí en El Barrio todos celebrábamos el inicio de la guerra–.

Acercó un fósforo a la leña para ayudar a prender el fuego.

–Una guerra para la que El Barrio se prepara muy mal, hay que decirlo –agregó Olga mientras lavaba unos restos de verduras–. Acuérdense del día en que Paz Dávila tuvo la delicadeza de advertirme que el primer blanco de su cruzada civilizadora íbamos a ser nosotros. Y desde que les conté eso no hemos hecho nada para estar preparados. Dentro de un mes la ofensiva exterminadora nos va a aplastar si no nos movemos.

–El asunto no es moverse –dijo Guillermo– hay que quedarse aquí y sostener esto. Demostrarle a Paz Dávila que no puede hacer nada por ordenar este desorden.

–No es solamente Paz Dávila. Si lo eligen es porque mucha gente piensa que, en efecto, la casa luminosa necesita unas barriditas por aquí y por allá, que detrás de las puertas no haya pelusas –dijo Luna.

–Que debajo de las camas no se escondan mocos –dijo Glinda.

–Que no haya malos olores que tapar con aerosoles de pino –completó La Nena.

–Que los malos olores, si los hay, no se sientan –dijo Olga.

–Y nosotros estamos demasiado abiertamente instalados aquí.

Guillermo había cerrado el juego con una cara tan seria que todos se quedaron callados como esperando un regaño. Mientras veían hervir las verduras y los pedacitos de pellejo en el agua amarillenta, esperaban que alguien encontrara el hilo perdido.

–Además de pintar adecuadamente una que otra palabrota verde en los afiches de Paz Dávila ¿ustedes creen que tenemos que hacer algo concreto? –preguntó, finalmente, La Nena.

–¡No! –dijeron todos.

–Creo que esta es una buena escena para proponérsela a un modesto director de cine nacional –dijo Ígor llegando por el pasillo de Ingeniería– toda la familia de El Barrio reunida alrededor de la olla sustentadora del día. Única comida de estos seres autoexiliados del mundo a los que la vida se empeñará en seguir golpeando en nuestro próximo capítulo.

Los niños aplaudieron y rieron como locos. Adoraban a Ígor porque cuando estaba de ganas y no perseguía a Olga se iba con ellos a ayudarlos con las historias y siempre se le ocurrían ideas geniales.

–La mentalidad práctica de un estudiante de eso que pretenciosamente llaman ciencias sociales podría sernos de mucha utilidad en estos momentos de preparación para la lucha –dijo La Nena desde el techo.

–¿De qué se trata? –preguntó el recién llegado.

–De saber qué es lo que vamos a hacer cuando Paz Dávila resuelva convertirnos en comida enlatada para perros –respondió Luna.

–Si esto que estoy oyendo no es una absoluta alucinación –dijo Ígor– debo anunciar con asombro que es la primera vez que los escucho hablar, y nótese que sólo digo hablar, de hacer algo concreto en pro o en contra de cualquier cosa. ¿Dónde quedaron los viejos postulados? ¿dónde la convicción serena de que la mejor manera de estar fuera del sistema era dejando de actuar según sus reglas de producción, reproducción y consumo?

Ígor usaba un tono grandilocuente que era su preferido cuando quería burlarse un poco, que era casi siempre.

–Me pareció haber escuchado –continuó– en las largas conversaciones alrededor de generosas botellas de cerveza o ron, según el ánimo, que los aquí presentes se habían reunido a vivir en estos tres cuartuchos que hemos convenido en llamar El Barrio, porque era en este lugar donde se estaba iniciando la Gran Contra Cultura, la del No Hacer.

Ígor miró a su alrededor, le dirigió una sonrisa a La Nena y a Glinda que seguían en el techo, se sentó en una caja de cervezas vacía y siguió hablando en el mismo tono de burla.

–El amigo Gonzalo Luna, que ha preferido siempre que lo llamen por su luminoso apellido y que ha sido el ilustre ideólogo de este colectivo, me ha insistido en innumerables oportunidades que no se trata de un programa político sino filosófico ¿no es verdad?

Luna se rascó la barba sonriendo y asintió con la cabeza.

–Y hete aquí que hoy estamos en plan de ACTUAR, de hacer algo más que la olla diaria de hervido con sobras. ¿Qué ha sucedido? ¿retroceden las fuerzas del bien?

–Quisiéramos tomarnos esto un poco en serio –dijo Guillermo, que había estado revolviendo y probando la sopa.

–La seriedad no ha sido nunca el norte de esta comunidad de outsiders –respondió Ígor– ¿qué es lo que ha pasado entonces?, ¿me lo van a contar o no?

–Es Paz Dávila –dijo Olga– hoy se lanzó un discurso al borde del estremecimiento, con llamados a la limpieza y el orden.

–Y ese orden implica, por supuesto, acabar con las lacras sociales que parasitan en los recovecos de esta ilustre casa de estudios –completó Ígor– cosa que los incluye a ustedes y a su Barrio. Entiendo. Es un asunto peligroso.

–Es lo que yo les decía –apuntó Guillermo con la cuchara de palo en alto.

–Mi querido genio de las matemáticas –dijo Ígor levantándose a oler la sopa que Guillermo revolvía– su claridad para identificar los problemas siempre me ha paralizado de asombro. Pero no creo que el peligro se presente a corto plazo. En principio, falta un mes para que nuestro nunca bien ponderado Paz Dávila tome posesión de su cargo, si es electo. En segundo lugar, el uso de la fuerza está bastante limitado en estos predios autonómicos. En tercer lugar, pero no menos importante, las damas, los caballeros y los niños aquí presentes deben reconocer que esta situación no iba a permanecer inalterada para siempre y que con Paz Dávila o sin él algún día iban a tener que mudar sus ollas y colchonetas a otra parte.

–Tu pragmatismo es conmovedor –dijo Olga con un gesto de fastidio.

–Como diría mi amigo Michael ... todo sería inmediato y evidente si la hermenéutica de la semejanza y la semiología de las signaturas coincidieran sin la menor oscilación... –dijo La Nena que coleccionaba frases altisonantes para soltarlas en el medio de las conversaciones cuando no tenía nada más que decir.

–Es verdad que tendremos que irnos algún día –dijo Luna– quién sabe cuándo. Pero eso es una cosa muy distinta a que venga una bestia peluda a gruñirnos, asustarnos y hacernos huir sin que uno presente alguna resistencia.

–Claro, hay una gran diferencia –admitió Ígor encendiendo un Belmont.

Pero ... –continuó citando La Nena– dado que hay una ranura entre las similitudes que forman grafismos y las que forman discursos, el saber y su labor infinita reciben allí el espacio que les es propio...

–Hay una salida simple –dijo Ígor– que es irse de aquí antes de que la guerra sea declarada abiertamente, lo cual les permitiría sostener el honor en alto aun en medio de la huida.

–¡No! –dijeron todos, incluso los niños.

–Bueno, si están decididos a enfrentarse a los hechos concretos con hechos igualmente concretos, como exigiría el positivismo más puro, entonces creo que lo mejor será ponernos a imaginar qué es lo que haría Paz Dávila y cómo podría El Barrio responder.

–Tienen que surcar esta distancia –continuó en su monólogo La Nena– yendo, por un zigzagueo indefinido, de lo semejante a lo que le es semejante...

–Yo me imagino –dijo Glinda rodeada por Matín y Ninfa– que Paz Dávila utilizará su pata de palo y el gancho de hierro oxidado que tiene en la mano izquierda para trazar en el aire una figura que represente huesos y y calaveras y después dirá ¡a la carga!...

Los niños saltaron de risa. Martín fue haciendo los gestos que Glinda describía. Ninfa se arrodilló en el suelo en actitud de súplica, como quien pide misericordia. Todo lo cual, realizado sobre el techo del pasillo, resultaba de un énfasis indiscutible. Pero nadie podía verlo desde abajo. Sólo La Nena que había dejado de citar para ver el montaje y ponerle algo de su propia cosecha.

–El mar está embravecido –dijo La Nena– El viento cruje en los mástiles. Pero los guerreros sólo son capaces de mirar con odio creciente al enemigo y la naturaleza no los amedrenta...

–Los guerreros del pirata Paz Dávila se ensañan contra los desvalidos que encuentran a su paso, pero los desvalidos no se quedan atrás y se ensañan contra los piratas –completó Glinda.

Luna miro a Ígor quien, después de reconocer una seña casi imperceptible, se levantó al mismo tiempo que él para ir a buscar unas cervezas. Guillermo y Olga soplaban con cartones el fuego, sentados sobre unos ladrillos puestos a cada lado de la olla. Fausto y Rebeca no habían llegado y eso era como decir que no era hora de comer todavía. La Nena y los niños ya bajaban del techo mezclando todos los cuentos que los niños habían inventado y perfeccionado sobre piratas, espadachines y ladrones, pero que tenían ahora un único protagonista: Paz Dávila.

–Aunque, si lo pensamos bien, todo héroe que se precie tiene que tener un nombre menos prosaico –estaba diciendo La Nena– supongamos que lo sonorizamos un poco, le damos el toque de película de Hollywood que se merece y lo bautizamos Captain Peace, ¿ah?

–¡Sí! –dijeron los niños a coro.

–Hay que pronunciarlo con dulzura –dijo La Nena– estas palabras hollywoodenses hay que pronunciarlas bien, para que no pierdan el glamour: Captein piis ... repitan:

–Captein piis –repitieron en distintos tonos y volúmenes Martín, Glinda y Ninfa.

–Hemos llegado a una conclusión interesante –anunció Ígor que acababa de llegar con Luna trayendo las cervezas– y es que, una vez observado con detenimiento el enemigo, el barrio procederá a decidir el curso de sus acciones.

Ya estaba llegando Rebeca. Gritaba porque la Digepol le había quitado su cédula y no se la querían devolver.

–Razón por la cual –seguía Ígor, alzando cada vez más la voz– a partir de hoy este colectivo se dará a la tarea de vigilar de cerca todos los movimientos del susodicho enemigo.

–Sí –dijo La Nena– vigilaremos y castigaremos al Captain Peace con uñas y dientes, pintaremos colmillos sangrantes en sus afiches ¿y después?

–Después tomaremos las medidas pertinentes –dijo Luna– y no hacer nada puede seguir siendo la mejor medida.

–No suena coherente –dijo Guillermo.

–Era una mujer de pelo amarillo. Catirita era la muy hija de puta que me sapió y después se fue muy oronda con mi marido, ¡la muy puta!... –gritaba Rebeca manoteando a todo el que se le cruzaba por el pasillo.

Faltaba Fausto y todos estarían listos para el desayuno-almuerzo-cena del primer lunes de noviembre.

–No tiene que ser coherente –dijo Olga– solamente tiene que ser una respuesta.

–Nunca abandona la esperanza al espíritu ocupado incesantemente en objetos insustanciales, que revuelve con mano ávida para hallar tesoros y se da por satisfecho cuando encuentra un gusano...

Había llegado Fausto, impregnando el aire de su inseparable olor a caña clara. Pidió un plato y se sentó en el suelo. Hora de comer.

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