22.12.08

3d

Pasadas las siete de la noche Guillermo reinicia su eterna ronda. Sale siempre por la misma puerta. Se detiene a escuchar las conversaciones de los vigilantes que se cuentan chistes verdes a través de los intercomunicadores. Camina despacio el trayecto hasta la Parroquia, pasando por Las Tres Gracias. Es un largo rodeo pero lo prefiere, porque parece estar alejándose cuando en realidad se acerca. El estacionamiento, el puente, la avenida de los hoteles, el semáforo, la Casanova, el bulevar. Es un rodeo que permite una entrada lateral, líneas que se interceptan para alejarse luego. Vagamente cree que si repite con insistencia el mismo recorrido noche tras noche terminará por encontrarla en alguna esquina. Entonces, primera estación, el Gran Café. Se sienta como siempre mirando hacia el Sur, dándole la espalda al Ávila y a la entrada. Una señal cómplice del mesonero le indica que no hay por qué preocuparse. Se relaja un poco. Suelta los rizos de la cola negra que los sostiene y se queda mirando las luces del semáforo verde, rojo, amarillo que se encienden alternativamente como si ordenaran un fragmento diminuto del mundo.

–¿Me puedo sentar? –dice una muchacha pequeña y casi en harapos.

– …

–¿Eres sordo?

–No. Sí –dice Guillermo.

–¿Sí o no?

–Te puedes sentar. No soy sordo –aclara Guillermo.

–Ah, menos mal. ¡Qué frío!

–¿Me brindas un café? –pregunta Guillermo sin ningún preámbulo.

–Yo te iba a pedir exactamente lo mismo. Vamos a tener que esperar que caiga alguien más.

–No hace falta. En lo que se descuide el italiano, Pedro nos trae unos cafecitos guillados
–dice Guillermo intentando parecer amable.

–Perfecto.

–¿De dónde vienes? –quiere saber Guillermo.

–De pelear con mi pareja.

–¿Y por qué pelearon? –pregunta Guillermo sin demasiado interés.

–Sabes cómo es. Se empieza por una estupidez y después va creciendo hasta que ya no puedes controlarlo –dice la muchacha casi con fastidio.

–¿Y qué tipo de estupidez era?

–De esas que tienen que ver con los celos ¿tienes cigarros?

–Claro, los celos. No fumo –dice Guillermo.

–Sí. No tiene remedio. Te pasas la vida diciendo que no eres celosa y más tarde o más temprano tienes que admitir que hay ciertos momentos en los que, si no es celos lo que estás sintiendo, es difícil encontrar una palabra que se le parezca más.

–Como ver a tu pareja durmiendo con otro –recuerda Guillermo.

–O con otra –dice la muchacha agarrándose con las dos manos la maraña de pelos desordenados.

–Claro –dice Guillermo revolviendo el café que Pedro por fin puede traer sin que el hombre de la caja lo vea– el límite de la teoría es siempre el tacto, el oído, la vista...

–Sí. Y el olfato. Si algo no te huele como en los sueños, no hay modo, todo sale mal.

–¿A ti también te pasa? –se sorprende Guillermo.

–A todos nos pasa, pero algunos somos más radicales que otros.

–Supongo que sí.

–Algunos sienten venir un olor que no es y prefieren aguantar la respiración con tal de no reconocer que ese olor no es, que no es ése el aroma o el tufo del asunto.

–Es verdad –acepta Guillermo.

–Otros, y ahí estoy yo, aspiramos bien hondo para comprobar que en efecto ese no es el olor. Entonces detenemos la película: botón rojo de emergencia, frenos de seguridad...

–¿De verdad eres capaz de detener todo por un olor? –insiste Guillermo, incrédulo.

–No es que soy capaz, es que de verdad lo hago. Te digo que si los olores no me combinan no hay manera.

–Pero tal vez te estés perdiendo de algún descubrimiento interesante –dice Guillermo.

–Puede ser, pero no quiero un descubrimiento que deba recordar para siempre con el olor equivocado. Eso sería una doble equivocación.

Guillermo se queda callado un rato. Los dos miran pasar a la gente sin preocuparse de lo que viene después. Un niño les pide dinero para comer. La muchacha le da un paquete de galletas que trae en el bolso.

–¿Conoces a una tipa llamada Blanca? –pregunta Guillermo después de la larga pausa.

–¿La estás buscando?

–Algo así.

–Conozco a algunas Blancas, sí, pero no sé si son sus nombres verdaderos.

–Ah...

–Por aquí nunca llegas a saber realmente cómo es que se llama la gente con la que hablas, ni el nombre ni la edad ni el oficio, nada. Siempre son datos falsos y cuando te dicen la verdad no te das cuenta. Todo se confunde –dice la muchacha con un tono de evidencia.

–Esta Blanca es delgada, tiene el pelo claro...

–¿Pintado?

–Sí.

–Mala señal. Ahora puede ser una pelirroja o una morena retinta.

–Usa lentes de contacto, no puede estirar el dedo meñique de la mano derecha.

–Ese sí que es un dato preciso.

Guillermo capta la burla y se queda callado. Pedro trae un nuevo café para los dos y dice que será el último. Otro largo silencio. La muchacha le pide un cigarro a un hombre gordo que fuma dos mesas más allá. El hombre se lo da de mala gana y cuando ella regresa a sentarse con Guillermo el hombre le mira el trasero sin ningún disimulo. Faltando apenas un sorbo para que se termine el café aparece como de la nada una mujer alta de pelo muy corto.

–Así que estás aquí puteando –dice la mujer agarrando a la muchacha bruscamente por un hombro.

–¡Puteando no! Tú eres aquí la única que putea –responde a gritos la muchacha, levantándose bruscamente.

–¿Qué pasa? –se levanta también Guillermo.

–Vayan a pelear a otra parte –dice Pedro recogiendo rápidamente las tazas de la mesa.

–Sí, vámonos a otra parte. Ahora eres tú la que me debe explicaciones –dice la mujer alta.

–No hay nada qué explicar –dice la muchacha en voz baja, y antes de perderse entre la gente se voltea a mirar a Guillermo y le grita– ¡Que encuentres a Blanca!

Guillermo se queda parado en mitad de la acera. El cambio de luces le devuelve bruscamente el sentido del tiempo. Sigue su recorrido hacia el Este. Una llovizna fría comienza a caer cuando va a mitad de camino. Antes de llegar a Chacaíto piensa que hoy no amanecerá en la calle. Algo ha cambiado en su ánimo. Blanca parece desvanecerse para siempre y mientras camina de regreso por un camino menos largo Guillermo recuerda la línea de un poema que le ha oído recitar muchas veces a La Nena: "la vida es la última forma de un naufragio".

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