23.12.08

4a

Tienen las patas más marrones que negras, el cuerpo más negro que marrón. Respiran. Su nombre dice de ellas muy poco. Cucarachas. Entran y salen de la noche y es todo lo que sabemos de ellas. Que han estado aquí por siempre, que siempre estarán. Que una mujer atormentada escribió alguna vez todo un libro para contar cómo un personaje se comió una cucaracha. ¡Mentira! ¿Quién te dijo eso? ¡Pregúntale a Olga! ella me lo dijo. Así no se vale, dijo Martín. No peleen que todavía hay mucho que hacer, dijo Ninfa. Era lunes, febrero.

Recogían cada uno de los insectos cuidadosamente con los dedos y los colocaban en distintas cajas. Cada caja tenía una etiqueta. Primer plato, segundo plato, tercer plato, postre. Un gran vaso de plástico embadurnado de tierra dejaba ver una inscripción en marcador verde: vino tinto. Todo estaba colocado en orden sobre una especie de repisa hecha con una tabla astillada montada sobre dos ladrillos rotos al lado de la puerta del cubículo de Guillermo, detrás de las matas. Era “El Rincón”. Los niños estaban preparando la Ceremonia. Nadie sabía qué significaba eso, pero venían hablando de ella desde hacía meses. Se perdían por horas en Tierra de Nadie o en El Rincón, cuchicheando y riéndose. Parecían hormiguitas diligentes. Si se les preguntaba algo respondían con un juego de palabras o hablando de otra cosa. Era lo mejor que sabían hacer, hablar siempre de otra cosa.

–¿Ya están otra vez conspirando en el lugar sagrado? –preguntó Guillermo.

–El rincón no es sagrado –dijo Glinda– es absolutamente profano.

–Postfano –dijo Martín.

–Ultrafano –dijo Ninfa.

–Bueno, está bien. ¿Qué era lo que querían hablar conmigo? Ígor me dijo que andaban buscándome –dijo Guillermo sentándose en un ladrillo.

–Nada, que Paz Dávila nos interceptó esta mañana –dijo Martín.

–¿Y qué dijo?

–Que te dijéramos que esto no va a durar mucho tiempo.

–¿Qué?

–Esto

–Hasta

–¡Asco!

–¡Basta!

Guillermo no tenía paciencia para jugar. Las amenazas de Paz Dávila se habían hecho cada vez más frecuentes. Hacía tres meses que preparaba algo y con seguridad ya estaría armada la ofensiva contra ellos y en El Barrio no se habían tomado en serio el peligro que se les venía encima. Aparte de sabotear los carteles del Decano con pintas más o menos obcenas, no habían hecho nada más. Después de todos los planes de los primeros días lo único que había quedado era la sensación de que mientras menos ruido hicieran tenían más posibilidades de salvarse. Hacerse invisibles podía dar resultado. Pero cómo iban a hacerse invisibles si allí estaban ya todos a la misma hora alrededor de la olla armando su carnaval cotidiano, a la vista de todo el mundo que quisiera ver y oír.

–Bueno, qué consiguieron hoy –preguntó La Nena.

–Hermosos trocitos de pollo con huesitos y todo –dijo Martín.

–Suculentos retazos de zanahorias y papas –dijo Glinda.

–Y, como premio especial para los pobres del mundo: ¡dos fragantes plátanos maduros! –gritó triunfal Ninfa.

–Pues esto sí que va a ser un verdadero festín –concedió Luna.

–Aprovéchenlo, porque quién sabe si va a ser el último –dijo Olga desde la puerta de su cubículo.

–Y a ti ¿qué bicho te picó? –preguntó La Nena sorprendida por el tono.

–¿qué mosca? –dijo Martín.

–¡qué tosca! –dijo Glinda.

–¡qué hosca…! –dijo Ninfa.

–Cuando tengamos en nuestras narices a los animales que va a contratar Paz Dávila para aniquilarnos no nos van a quedar ni dientes para reírnos de los jueguitos de palabras –cortó Olga, furiosa.

–Bueno, bueno –concilió Luna– el drama no es necesario. Ya han pasado tres meses y hasta ahora sólo hemos oído discursos y bravuconadas…

–Exacto, eso es lo que yo digo: perro que ladra no muerde –dijo La Nena convencida.

–Eso depende –dijo Ígor que venía llegando– el perro que ladra no muerde sólo mientras está ladrando, por razones meramente prácticas, pero en lo que deja de ladrar hay que correr.

–Se supone que debemos dar apoyo moral a estas mujeres desvalidas –dijo Luna sonriendo– no asustarlas.

–Más desvalida será tu abuela –dijo Olga.

–Tu bisabuela –dijo Glinda.

–Tu tatarabuela –dijo Martín.

–Tu… –dudó Ninfa– la madre de tu tatarabuela –cerró triunfal.

–No se trata de nervios –se acercó Guillermo, después de encender el fuego para la olla– se trata de protección. Tenemos que protegernos de alguna manera, pensar aunque sea en un modo de sacar a los niños de este lío cuando el perro deje de ladrar y se dedique en serio a morder.

Clasificar y hablar tienen su lugar de origen en ese mismo espacio… –citó La Nena, como hacía siempre que no tenía nada mejor que decir– …que la representación abre en el interior de sí misma ya que está destinada al tiempo

–Mi querido Guillermo –dijo Ígor– nadie en su sano juicio va a someterse a la bajeza de hacerle daño a estas inocentes criaturas.

–Más inocente será tu abuela –dijo Glinda desde el techo a donde había subido a acompañar a La Nena.

–…a la memoria, a la reflexión, a la continuidad… –siguió con su cita La Nena, leyendo en su cuaderno de tapas grises.

–No se trata de que se atrevan o no, digamos, a sangre fría –trató de razonar Olga–. Se trata de que si hay un asalto a media noche los golpes van a ser ciegos y nadie va a estar preguntándole la edad ni el grado de inocencia a nadie.

En el lenguaje esponáneo y “mal hecho” –La Nena dibujó en el aire unas comillas– los cuatro elementos –dibujó paréntesis– (proposición, articulación, designación y derivación) dejan entre ellos intersticios abiertos

–Más inocente será tu bisabuela –dijo Martín desde El Rincón.

–Tal vez deberíamos pensar en contactar a Blanca y decirle que se lleve a los niños –aceptó Guillermo, casi en un murmullo.

Todos se miraron con una especie de vergüenza que no les pertenecía. Los niños dejaron de arreglar cosas en cajas y se levantaron a escuchar. La Nena siguió su lectura como si se agarrara de una oración:

–…las experiencias de cada uno, las necesidades o las pasiones, los hábitos, los prejuicios, una atención más o menos despierta

–Olga ¿tú sabes cómo contactar a Blanca? –preguntó Ígor.

–Yo no, pero Gerardo sabe. Él me contó que ella venía a la Biblioteca de vez en cuando a consultar textos y que él tenía su número de teléfono o algo así –dijo Olga, revolviendo otra vez la olla.

–…si el juego queda cerrado: si la exactitud descriptiva hace de cada proposición un recorte constante de lo real (si siempre es posible atribuir a la representación lo que se articula) y si la designación de cada ser indica con todo derecho el lugar que ocupa en la disposición general del conjunto.

–Esto ya está listo –dijo Luna.

–Voy a buscar las cervezas –dijo Ígor y se fue casi corriendo.

–Yo no les vi la cara. Ellos nunca se dejaron ver la cara, ¡los muy hijos de la gran puta! –venía gritando Rebeca desde Humanidades– Por eso no los pude reconocer cuando me preguntaron los abogados. Pero esos abogados de mierda, todiiitos son también unos coños de su madre, unos desgraciados mal nacidos. Ni uno solo quiso escuchar mi historia. Lo único que querían era la identificación, la identificación… ¡que se vayan todos a la mismísima mierda!

Con placer me pongo a tu disposición –dijo Fausto– con tal de que tu arte sea divertido.

Hora de comer.

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