19.12.08

3b

Es verdad que el Captain Peace había perdido un gran amor, dijo Guillermo. Y la tragedia del desencuentro marcó sus noches durante semanas, dijo Glinda mirando a Guillermo con complicidad. Pero resultó que todo se fue desinflando un día, dijo Martín. Y se terminó de desinflar el día que vio a la otra, dijo Ninfa. Ella era blanca, dijo Guillermo. ¿Era Blanca? preguntó sorprendida Ninfa. No, aclaró Guillermo, tenía la piel blanca y los ojos claros. Ah, así sí, dijo Martín aliviado. Aunque demasiado flaca, dijo Glinda. Pero él no podía ver ese detalle, sólo sus ojos verdes existían para el enamorado capitán, dijo Ninfa. No podía tampoco ver el detalle insignificante de que a su princesa encantada le faltaban algunos dientes, dijo Martín. Y que le sobraba una que otra espinilla, dijo Glinda. Tampoco reparó el capitán en que a ella, sospechosamente, le gustaban los teléfonos celulares, dijo Guillermo. Y se sabía las marcas de la ropa de moda, dijo Ninfa. Y se fijaba en los zapatos de la gente, dijo Martín. Todo muy sospechoso, dijo Glinda.

No podía ver nada de eso pero estaba prendado, dijo Ninfa. Y trató de acercarse a ella siguiendo todos los pasos estipulados por la tradición más galante, dijo Guillermo. La miraba con ojitos dulzones, dijo Glinda aleteando las pestañas. Le regalaba florecitas que ella guardaba en su diario de tapas rosadas, dijo Martín. Y finalmente le pidió que se vieran en serio, dijo Guillermo. ¿Por qué tiene que suceder todo tan rápido? se quejó Ninfa. No se valen quejas, dijo Glinda. Okey, salen y se ven, dijo Martín impaciente. Ya va, un momento, yo solamente dije que él le pidió que salieran, dijo Guillermo. Y ella respondió toda modosita que tenía que pensarlo, dijo Glinda mirando a Ninfa con cara de fastidio. Pasó mucho tiempo pensándolo, dijo Martín con resignación. Y lo pensó y lo pensó, siguió la corriente Ninfa. Hasta que decidió confesarle al capitán que, en realidad, ella no era virgen y que eso podía enturbiar de algún modo sus relaciones, dijo Guillermo. ¿No era virgen? ¿y eso qué tiene que ver?, preguntó Glinda. Bueno, niña, dijo Ninfa, que para la época esas eran razones de peso ¿no? Pesadísimas, dijo Martín. Entonces él fue el que tuvo que ponerse a pensar qué hacer, continuó Guillermo. Porque sus pecadillos también había cometido el muy sinvergüenzón, dijo Glinda. Pero como un pecadillo tapa otro pecadillo, después de largos rodeos terminaron viéndose en un parquecillo, dijo Martín. Y cometieron uno que otro inocente pecadillo, dijo Ninfa.

Finalmente, entre parquecillos y pecadillos tomaron la decisión de vivir juntos, dijo Guillermo. ¡Pero no! ¡qué es eso!... se debe decir que tomaron la decisión de formalizar su unión ante el altar, ¿no se supone que estamos respetando cierto aire de época?, dijo Glinda. Un aire de época algo heterodoxo, dijo Guillermo. Nada de palabras largas, dijo Martín. Entonces esto es el colorín colorado, dijo Ninfa. No necesariamente, dijo Guillermo. Entonces es el si esta historia no te parece larga te la volvemos a contar, dijo Glinda. Pero es que puede seguir, dijo Guillermo. Con el cuento de que tuvieron hijos y los educaron como dios manda y todo eso, dijo Ninfa. Con que se volvieron unos abuelitos de lo más tiernos ellos, dijo Glinda. O no, puede seguir de otro modo, insistió Guillermo. A los cinco años de incómoda unión, la princesa que había pasado al estatus de cachifa se comenzó a preguntar dónde había quedado sepultada su identidad y su libertad, dijo Ninfa. Y empezó a dejar los platos sucios en el fregadero, dijo Glinda. Y los interiores sucios en el rincón del baño, dijo Martín. Y la cama sin tender por las mañanas, dijo Guillermo. Y el polvo acumulado sin interrupción en todos los estantes, dijo Glinda. Y antes de que la ruina total los alcanzara juntos..., dijo Guillermo. Ella decidió que los alcanzara separados, dijo Ninfa. No me gusta ese final, dijo Glinda. No se valen quejas, dijo Martín. Y el capitán volvió apesadumbrado a recorrer los infinitos mares, siempre de noche, dijo Guillermo.

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