8.12.08

2b

–Ya está –dijo La Nena– sucedió lo que se veía venir, el tropel polvoriento recortado contra el horizonte, desde que Paz Dávila se adueñó del coroto con todos sus discursos psicoprofilácticos.

–¿Qué? –trató de entender Guillermo.

–Que ya empezó la cruzada, mi amor, la guerra santa, el exterminio de los infieles...

–No entiendo ¿qué pasó? termina de echar el cuento sin tantas palabras –la cortó Guillermo.

La Nena se sentó sobre un ladrillo, dobló cuidadosamente su chal de batik sobre las rodillas y, para concentrarse, encendió un cigarro y lanzó al aire una bocanada lenta. Guillermo y Olga se sentaron frente a ella esperando que se tomara su tiempo reglamentario para poder comenzar a hablar.

–Paz Dávila –dijo al fin– acaba de lanzar formalmente su primera amenaza contra El Barrio y escogió a ésta que ustedes ven como destinataria de tales asedios -hizo una pausa para aspirar otra bocanada de humo-. Yo estaba tomándome un café y conversando con Hipólito para convencerlo de que por debajo de cuerda nos suministrara algún pedazo extraviado de suculento queso blanco, nada demasiado exigente ¿no?, cuando se apareció el ilustre Decano con su no menos lustrosa calva a modo de aureola y sin mediar comentario alguno me dijo:

–Ya estamos concertando con todas las fuerzas vivas de la Facultad con el fin de proceder a continuación a elaborar un proyecto que, previa aprobación del Consejo Consultivo, nos permitirá utilizar con mayor provecho las instalaciones que, de manera por demás ilegal e impropia, ocupan sus desocupados cómplices y usted.

–Por supuesto que una frase tan inútilmente larga –continuó La Nena– me dejó en suspenso por un minuto y como ese tipo de gente no dice nada con el fin de iniciar lo que se llama un diálogo, no me dejó hablar. Apuntó acusador un dedo chato sobre mi café con leche y sentenció:

–Es mejor que por las buenas tú y tus amiguitos se vayan a no hacer nada a otra parte, porque si no, van a saber lo que es bueno. Ya sé que es poco poética la oferta, pero qué hago yo si ese hombre es lo más prosaico que se ha visto en esta casa que vence las sombras... ¿las seguirá venciendo todavía?

–No pensamos expulsarlos sin más ni más –continuó diciendo el alto funcionario, dijo La Nena– y dejar que se vayan de lo más tranquilos. Si no se van YA –y estoy segura de que esa palabra estaba en mayúsculas– tendrán que soportar una larga campaña de desprestigio, etcétera, etcétera! ...ya no me acuerdo qué más...

Todos se miraron. Luna se rascó la barba. Guillermo se ensortijó los crespos de la frente. Olga prendió un Belmont. La Nena sacó la olla para montar la sopa del día y mostró a todos el motín conseguido en el comedor y en los cafetines varios que le tocaba martillar ese día. Ígor no estaba. La olla se tardaría un rato. Hoy no había cervezas sino agua y un poco de jugo que había conseguido Olga con ayuda de la conquista de la noche anterior.

–¿Ya lo despachaste? –quiso saber La Nena apartándose a un lado mientras Luna y Guillermo encendían la leña.

–Sí –respondió Olga.

–¿Qué tal?

–Ahí… ya no los hacen como antes –sonrió Olga.

–Eso me consuela. A veces pienso que me puedo estar perdiendo de algo bueno. Aunque tú sabes que Luna y yo no andamos en la onda de la fidelidad. Pero no es lo mismo, no es premeditado, es sólo algo que se atraviesa sin buscarlo. Salir a cazar es lo entretenido ¿no?

–Supongo que sí.

–¿Y qué pasa con Ígor?

–Qué...

–¿Nada de nada?

–Tú sabes. El cazador quiere a veces ser cazado. Pero ese hombre tiene una pésima puntería. No pega una –se rieron.

–Bueno, bueno, alguien tiene que ayudar aquí –dijo Luna.

–¿Qué fue? ¿Los señores no pueden con la cocina? –dijo Olga.

–Dejen los chismes para más tarde que la olla está a medio montar –dijo Guillermo.

–¿Qué es lo que falta? –preguntó La Nena acercándose.

–Picar esas verduras –señaló Guillermo.

–¿Y tú no lo puedes hacer?

–Hoy no me toca.

–El señor turno, así le vamos a decir ahora –se acercó Olga.

–Prefiero nocturno –aclaró Guillermo.

–Preturno –dijo Ninfa.

–Taciturno –dijo Glinda.

–Turnante –dijo Martín.

–Turnícola –dijo La Nena.

–¿Y eso qué es? ¿del planeta Turni? –preguntó Ígor que estaba llegando.

–Son los nuevos nombres de Guillermo –dijo Martín.

–Es que ahora le ha dado por recordar las fechas y los días –aclaró Olga.

–Mala señal –reconoció Ígor, que no tenía ánimo de discursos largos.


–No sólo era una desgraciada ladrona, la muy hija de puta, sino también una soplona que trabajaba para la Digepol, la muy soberana hija de puuuta! Por su culpa perdí a mi marido, perdí a mis hijos, me torturaron durante meses y encima quedé loca, ¡qué bolas! –Rebeca ya venía por el pasillo haciendo todo el escándalo que le era posible.

La olla estaba a punto. Todos permanecían en silencio como esperando una señal. Rebeca gritaba mientras se paseaba por el pasillo.

¿Puedes prometerme que sanaré en medio de tantas extravagancias? ¿Qué consejos podrá darme una vieja? ¿Puede haber aquí mixtura alguna que me quite treinta años de encima de mi cuerpo? ¡Ay de mí si no puedes procurarme otra cosa! He perdido ya toda esperanza… –finalmente llegó Fausto.

Hora de comer.

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