1.1.09

5b

Pero se ve muy bien que la Historia no debe entenderse aquí como la compilación de las sucesiones de hecho, tal cual han podido ser constituidas… —dijo La Nena, citando como siempre que se quedaba sin palabras. Leía las frases de una hoja suelta de las muchas que había encontrado desperdigadas después del asalto.

—¿Qué hacer que no sea acción pura?

—Las preguntas inútiles no ayudan —dijo Olga.

—No amparan —dijo Glinda.

—No impulsan —dijo Martín.

—No estrujan —dijo Ninfa.

—Estudiar un modo coherente de respuesta es, a estas alturas, inútil —dijo Guillermo, ya dispuesto a rendirse.

— …es el modo fundamental de ser de las empiricidades, aquello a partir de lo cual son afirmadas, puestas, dispuestas y repartidas en el espacio del saber para conocimientos eventuales y ciencias posibles… —citó La Nena.

—Lo único que resta es pensar para dónde vamos a irnos y recoger nuestros peroles —dijo Olga dispuesta a una acción inmediata.

—Supongo que podemos quedarnos mientras se aclaran las dudas —dijo Luna.

—Mientras se asientan las aguas —dijo Ninfa.

—...se amansan las almas… —dijo Glinda.

—... se… —Martín estaba distraído y no pudo continuar porque ya Ígor estaba dando su receta de acción.

—Hacer una denuncia —decía Ígor— esa es la clave. Denunciar, pedir una investigación, patalear y chillar, apelar a los derechos humanos elementales. No queda otra. Esas son las únicas armas de los despojados de la tierra: chilla luego existes.

Así como el Orden en el pensamiento clásico no era la armonía visible de las cosas, su ajuste, su regularidad o su simetría comprobada… —dijo La Nena.

—¿Delante de quién nos vamos a quejar? ¿Qué autoridad va a escucharnos? —preguntó desolado Guillermo.

—Nosotros somos para ellos solamente unos vagos que vivimos a expensas de esta institución —dijo Olga, apoyando a Guillermo.

— …sino el espacio propio de su ser y aquello que, antes de todo conocimiento efectivo, las establecía en el saber… —dijo La Nena.

—Pero somos seres humanos y no se nos puede atropellar como animales —levantó la voz Luna.

—Mi querido maestro y hermano —dijo Ígor solemne— ese es un argumento irrefutable.

— …así la Historia, a partir del siglo XIX, define el lugar de nacimiento de lo empírico, aquello en lo cual, más allá de cualquier cronología establecida, toma el ser que le es propio... —dijo La Nena.

—Ironías aparte —dijo Luna— me gustaría saber qué va a hacer Paz Dávila si lo denunciamos ante un tribunal.

—Probar su indiscutible inocencia —dijo Olga—. No tenemos una sola prueba que conecte este asalto con el señor Decano.

—Sus discursos, sus amenazas, tenemos testigos ... —dijo Guillermo.

—No sería suficiente —dijo Olga—. De la amenaza al hecho hay mucho trecho.

—Mucho cohecho —dijo Glinda.

—Mucho bicho —dijo triunfal Martín.

—Mucho... muy estrecho —cerró avergonzada Ninfa.

—Alguien tiene que saber la verdad —dijo Guillermo—. Lo que tenemos que hacer es poner la denuncia y hacer que el caso se investigue a fondo.

—La verdad —dijo Luna después de una pausa en la que todos habían quedado como suspendidos— no es fácil de forjar. Puede uno pasarse la vida entera remendando pedazos deshilachados y no llegar jamás a componer una figura convincente.

—Tiene usted toda la razón, mi admirado maestro —dijo Ígor.

No será, pues, metafísica sino en la medida en que será Memoria y, necesariamente, volverá a llevar el pensamiento a la cuestión de saber qué significa para el pensamiento el tener ya historia —dijo La Nena.

—Entonces ¿lo único que nos queda es seguir soportando este acoso absurdo? —preguntó Olga casi furiosa.

—¿...este abuso burdo...? —dijo Ninfa.

—¿...este pozo inmundo...? —dijo Glinda.

—¿...este abismo curdo...? —dijo Martín.

—Ni siquiera podemos montar la olla —aterrizó de pronto Guillermo mirando a su alrededor.

—¡Arriba ese ánimo, compañero! Hoy nos vamos todos al comedor a darnos banquete... ¡yo invito! —dijo Ígor.

—¡Todo por el suelo! ¡Todo destrozado! —venía diciendo Rebeca por el pasillo— Rompieron las páginas de los libros una por una... ¡los muy hijos de la gran puta que los parió! Como si no fuera suficiente que destrozaran los discos y los afiches de las paredes y todo lo que encontraron... ¡los grandísimos maricones y mamagüevos de la Digepol!

Rebeca se detuvo un momento frente al espectáculo de El Barrio saqueado y destrozado. Por un instante pareció que reconocía lo que pasaba en el mundo exterior. Se agarró con las dos manos la cabeza, más bien el pelo enmarañado, y se fue por el pasillo hacia Tierra de Nadie casi corriendo. Todos la vieron irse como si estuvieran frente a un presagio. Se levantaron y se fueron por el pasillo en dirección opuesta.

—Me siento presa de un horror que no había experimentado por largos años; ¡todos los dolores de la humanidad los siento en mí! —dijo Fausto.

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