22.1.09

8c

Mientras busca sobras para montar la olla, Ígor pregunta por Olga, mira a los lados a ver si la ve en cualquier rincón, la ve pasar en cada mujer que se le parece, parte de la mañana se le va en esta doble búsqueda. Al final, llega al Barrio con una bolsa de sobras y ninguna noticia de Olga.

⎯No mucho –dijo como si alguien le preguntara– solamente conseguí arroz y papas, huesos de pollo y una mezcla de vegetales que no sé muy bien qué son.

Nadie respondió. Los niños estaban cuchicheando en una esquina, sin que fuera posible entender de qué se trataba el juego o lo que sea que estaban planeando. Luna y La Nena parecían discutir en voz baja dentro de su cubículo. Guillermo se acercó en silencio a ayudar a Ígor a montar la olla.

⎯Aunque no sea mucho, algo hay que comer, ¿no? –insistió Ígor, tratando de escuchar a alguien hablar.

Guillermo murmuró algo como una aceptación, pero ninguna palabra comprensible.

⎯No hay manera, no hay manera –dijo Olga llegando– he perdido toda la mañana tratando de hacer una denuncia seria, ante alguna autoridad que responda y no ha sido posible. Nadie se hace responsable de nada aquí. Ahora resulta que nos imaginamos los golpes, las amenazas, los destrozos. Ahora resulta que nosotros fuimos los que ‘provocamos’ el ataque, que nosotros somos los que generamos la violencia.

Olga hablaba cada vez más alto y su tono ya se parecía al de la loca Rebeca cuando gritaba sus denuncias sobre los tiempos de la guerrilla a todo el que pudiera escucharla.

⎯¿Qué pasó? –preguntó Ígor en su tono más conciliador.

⎯¡¿Cómo que qué pasó?! –gritó Olga cada vez más furiosa– ¡¿Te parece poco?! Nos asaltan, nos golpean, nos amenazan... y encima nos culpan a nosotros de haber provocado la violencia.

Ante los gritos de Olga, Luna y La Nena salieron a reunirse con los demás alrededor de la olla. Olga les contó que había ido a la Facultad, después al Rectorado, después a la oficina de prensa a hacer la denuncia de lo que pasó. Les contó que en todos los lugares a los que fue le preguntaron qué hacían ellos viviendo ahí, en esos tres cubículos en mitad del pasillo de ingeniería. En cada conversación que tuvo pasó de ser víctima a ser culpable de las agresiones, simplemente porque se encontraban en el lugar que no debían.

⎯Todo el mundo se siente aquí con derecho de insultarlo a uno –concluyó Olga.

⎯Porque no somos dueños de nada –dijo Guillermo.

⎯Porque no queremos nada –dijo Ninfa.

⎯Porque no respondemos a nada –dijo Glinda.

⎯Porque no somos nada –dijo Martín, fingiendo que lloraba.

Todos se concentraron en la olla. Fausto y Rebeca habían dejado de aparecer hacía ya varios días, así que nadie esperó a que llegaran para decretar que era hora de comer.

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