14.1.09

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–No lo encuentro, no sé dónde se metió el muy bestia... –dijo Olga.

–Lo buscaste en La Parroquia –dijo Guillermo desperezándose.

–De allá vengo –dijo Olga.

–Seguramente no vino hoy. Y ¿cuál es el apuro de encontrar a Ígor justamente hoy? –dijo Guillermo.

–Quería decirle que sí –dijo Olga.

–¿Cómo así? –dijo Guillermo todavía a medio despertar, pero sin olvidar la entonación medio andina que le otorgaba siempre a esta pregunta.

–Eso, decirle que sí, que acepto que vivamos juntos –explicó Olga–, pero no aquí.

–Entonces dónde –dijo Guillermo que apenas entendía de qué estaban hablando.

–En cualquier otra parte –dijo Olga.

–¿Estás segura de que quieres irte de aquí? –preguntó Guillermo empezando a preocuparse.

–Lo único que sé es que ya no podemos seguir esperando a que nos termine de caer encima una desgracia –dijo Olga.

–Una desgracia mayor que el amor, quieres decir –corrigió Guillermo.

–¿Quién está hablando de amor? –preguntó Olga mirando a Guillermo por primera vez a la cara.

–Yo.

–Pero yo no estoy hablando de eso.

–Y ¿por qué quieres irte a vivir con Ígor? –preguntó Guillermo.

–Eso qué tiene que ver.

–Tiene todo que ver –dijo Guillermo impaciente–. Se supone que si estás de acuerdo en irte a vivir con Ígor es porque al fin descubriste que estás enamorada de él y que aceptas que lo quieres.

–Francamente, Guillermo –dijo Olga a punto de perder la paciencia– si no te conociera lo suficiente diría que tienes una mentalidad de telenovela.

–Déjame lavarme la cara, masticar algo y sentarme a escucharte atentamente, para ver si entiendo algo –dijo Guillermo entre humillado y divertido.

–El punto es que tenemos que irnos de aquí –dijo Olga–. Es tan simple como eso.

–No incluyas a todo el mundo en tus planes de fuga –dijo Guillermo mientras se lavaba la cara, sin ninguna entonación precisa.

–¿Tú no crees que tenemos que irnos todos? –dijo Olga.

–No veo por qué. Pero no estamos hablando de eso –dijo Guillermo masticando una galleta María– estamos hablando de que tú quieres irte a vivir con Ígor lejos de aquí. Mi pregunta es ¿cuáles son exactamente tus razones?

–Hubiera preferido que no te lavaras la cara –dijo Olga, que claramente no estaba para confesiones.

–No se necesita estar particularmente lúcido para entender lo que te está pasando. ¿Me permites que te lo explique? –sonrió Guillermo, seguro de que Olga aceptaría el juego como lo había hecho antes tantas veces.

–Dale –aceptó Olga.

–Has estado últimamente de cacería y nada valioso ha caído en tus redes... –empezó a decir Guillermo.

–¿Por qué todo tiene que reducirse a un problema de faldas y pantalones? –se quejó Olga.

–Porque te conozco y sé que ése es el resorte que te dispara las decisiones intempestivas y, de paso, la metáfora de las faldas y pantalones está bastante gastadita –dijo Guillermo tratando de suavizar el tono.

–Bueno... –dijo Olga– mala suerte en la caza, qué más.

–¿Miedo a quedarte sola...? –dijo Guillermo como preguntando.

–¿Por qué iba a tener miedo a quedarme sola? He vivido sola toda mi vida –levantó la voz Olga.

–Sabes que eso no es verdad –corrigió Guillermo.

–No necesito a nadie para tomar la decisión de irme –dijo Olga como si rectificara.

–Entonces vete y deja al pobre Ígor en paz.

Olga miró a Guillermo. Primero con furia, después con algo parecido a la impotencia, después con ternura. No podía molestarse con él. Lo quería tanto. Como siempre que llegaba a esta conclusión se preguntó por qué no le había sido dado enamorarse de ese hombre a quien tanto quería.

–Tal vez sea eso lo que haga, Guillermo –dijo Olga. Le dio un abrazo largo y sintió que se le venían encima unas enormes ganas de llorar.

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