29.1.09

9c

Dentro de la olla flotan hirviendo las pocas sobras que pudo conseguir Luna. Nadie la atiende, nadie espera que la comida esté lista. Nadie tiene hambre. Los niños revolotean alrededor recogiendo cosas tiradas en el suelo. Guillermo está sentado delante de la olla vigilando el fuego. Frente a él, Olga se fuma un cigarro mientras La Nena ordena papeles en una carpeta.

⎯La mejor manera de escapar de la muerte es aceptarla –dijo La Nena, lúgubre.

⎯Buscarla –dijo Martín.

⎯Llamarla −dijo Glinda.

⎯Acariciarla −dijo Ninfa.

⎯¿Qué es eso? –dijo Olga- ¿por qué te dio por ahí hoy?

⎯Nuestra amiga cree que perder lo que ha escrito a lo largo de toda su vida es equivalente a morir –explicó Guillermo.

⎯Lo que eres puede disolverse en cualquier momento si dejas de recordar −intentó explicar La Nena.

⎯ ... si dejas de soñar −dijo Glinda.

⎯ ... si dejas de cantar −dijo Martín.

⎯ ... si dejas de contar −dijo Ninfa.

Olga no tenía ganas de seguir conversando sobre la desaparición de los seres, los pensamientos o las cosas. Apagó con el zapato la colilla del cigarro y se sentó en el suelo al lado de Guillermo a mirar el fuego, que brillaba apenas a las cinco de la tarde, con el sol todavía alto.

⎯Yo me iría a Los Andes −dijo Guillermo.

⎯Típico sueño de caraqueñito criado en apartamento −dijo Olga, en el mejor tono que pudo para que no sonara a reclamo.

⎯Pues hay que pensar a dónde irse, eso no se puede evadir −dijo La Nena con el mismo tono lúgubre de antes.

⎯¿A dónde te irías tú? –preguntó Olga.

⎯Mi problema es precisamente ese –dijo La Nena– que no tengo un lugar ideal. Todos los lugares me parecen el sitio del exilio. La casa de mis padres en La Pastora ya no existe y desde que la tumbaron no ha sido posible que me sienta en casa en ninguna parte.

Los niños dejaron de jugar. Guillermo dejó de mirar el fuego. Olga se levantó y dio unos pasos para acercarse a La Nena y tocarle un hombro, intentando el gesto más cariñoso que había tenido con ella desde que la conocía. La Nena acababa de hablar por primera vez de su infancia, de sus padres, de la casa en que nació. Nunca antes nadie le había escuchado decir nada sobre su vida y el mundo parecía haberse detenido un instante para procesar el acontecimiento que acababa de suceder.

–Nunca abandona la esperanza al espíritu ocupado incesantemente en objetos insustanciales, que revuelve con mano ávida para hallar tesoros y se da por satisfecho cuando encuentra un gusano... es lo que diría Fausto si estuviera aquí –dijo Guillermo en un tono sombrío.

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