6.1.09

5c

—Ahora sí que la cosa se puso color de hormiga —dijo Olga.

—¿Qué pasó? —dijo La Nena.

—Que esta tarde —dijo Olga— el señor Decano dio una rueda de prensa para informar a los medios sobre —dibujó comillas en el aire— “los elementos antisociales” que con su presencia contaminan esta ilustre casa de estudios.

—¿Qué? —preguntó Luna que había escuchado perfectamente.

—No solamente eso —continuó Olga—. El señor Decano mostró un cartapacio con nuestros expedientes: de la enorme carpeta en forma de acordeón fue sacando uno por uno papeles con nuestros nombres —iba haciendo los gestos exagerándolos, como un mimo— y leyendo en voz alta los datos de todos.

Los niños acompañaban la pantomima de Olga como si fueran su sombra. Olga siguió contando, como si leyera en un papel invisible en el aire y con un tono de voz que pretendía imitar a Paz Dávila:

—Ciudadano Guillermo Meza, 21 años, ex-estudiante de Matemáticas en la Facultad de Ciencias Puras de esta universidad. Expulsado por no cumplir con los requisitos mínimos de permanencia en dicha Facultad. Ocupación actual: desconocida. Domicilio permanente: desconocido.

—Y ¿qué dijo de mí? —preguntó La Nena, casi entusiasmada por el juego de los niños alrededor de Olga.

—No me acuerdo de todo —dijo Olga cambiando bruscamente de tono—. ¿Tú te llamas Elizabeth?

—Elisa... —dijo La Nena.

—Bueno pues él dijo Elizabeth, me acuerdo clarito —dijo Olga y volvió a adoptar la pose de Paz Dávila, seguida por los niños— Elizabeth Farías. Ex-estudiante de filosofía de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales. Abandonó sus estudios en el tercer año de carrera sin explicación. Ocupación actual: desconocida. Domicilio permanente: desconocido.

—¿Cómo que domicilio desconocido? ¿Acaso no vivo aquí con Luna y con todos ustedes? —dijo La Nena.

—Hasta mostró tus notas —dijo Olga— y admitió que habían sido buenas.

La Nena sonrió orgullosa, como si recordara. Los niños se sentaron al lado de ella a escuchar el resto de los expedientes, cansados ya del juego monótono de la lectura fingida.

—¿Y qué dijo de Luna? —preguntó Ninfa. Luna había encendido un cigarrillo y parecía no escuchar.

—Dijo que había sido profesor en la Escuela de Sociología. Que era casado y tenía tres hijos. Leyó la dirección de una casa en El Marqués en la que vivía tu familia —dijo finalmente Olga mirando a Luna, casi con vergüenza.

Luna se levantó en silencio y se fue por el pasillo. La Nena lo miró irse hasta que ya no pudo distinguirlo entre la gente. Después empezó a llorar sin hacer ningún ruido, ningún gesto. Las lágrimas simplemente caían desde sus ojos fijos.

—¿Y qué dijo de ti? —quisieron saber los niños.

—Tonterías —dijo Olga.

—Cuenta, cuenta, cuenta... —dijeron los niños a los gritos.

—Nada importante... ¿qué puede saber ese idiota de mí? —cerró el interrogatorio Olga.

Se levantó, entró en su cubículo a buscar el bolso y después de pintarse la boca con un rojo encendido dijo adiós con la mano y se fue por el pasillo rumbo a Arquitectura. Los niños se quedaron con La Nena, mirándola sin saber qué hacer. Ya no lloraba. Cuando finalmente se limpió la cara con las manos y se puso el chal para agarrar camino, Ninfa le dijo acuérdate que hoy tenemos cuento con todos.

—Nos vemos a las diez —dijo La Nena.

—En punto —dijeron los niños, y salieron corriendo porque se les hacía tarde.

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