13.1.09

7b

–No encontré nada –dijo Olga llegando.

Todos la miraron sorprendidos. Olga nunca había llegado con las manos vacías a la hora de montar la olla. Siempre encontraba un modo de sacar algo de los cafetines o del comedor y, cuando la cosa se ponía realmente difícil, salía por El Clínico y se iba a los abasticos de los portugueses de Santa Mónica y registraba las cajas o se traía cualquier cosa que encontrara mal puesta, como decía Ígor. Pero hoy parecía que no había tenido suerte.

–¿Nada de nada? –preguntó La Nena.

–¿Ni una empanada? –dijo Ninfa.

–¿Ni una naranjada? –dijo Glinda.

–¿Ni una pedrada? –dijo Martín.

–Nada.

–Pues Ígor no está aquí para invitarnos a comer, así que tendremos que arreglarnos, cada quien por su lado –dijo Luna.

–¿Esa es tu solución? –preguntó La Nena.

–Yo no tengo por qué solucionar nada –dijo impaciente Luna, sintiendo que todos lo miraban como esperando algo más de él–. Estamos en una situación crítica y cada quien tiene que buscar cómo resolverla.

–¿Quieres decir que de pronto hemos dejado de ser un colectivo? –dijo Guillermo.

–¿Cuándo hemos sido un colectivo? –dudó Luna.

–No me vengas con eso hermano –dijo Guillermo tan bajo que apenas se escuchó.

–¿Por qué de pronto hemos dejado de ser un colectivo? –insistió Olga–. ¿Por qué tenemos que gritar un sálvese quien pueda? El hecho de que no haya nada para montar la olla en este momento no significa que no podamos proponernos todos conseguir algo para montar la olla más tarde, ¿no?

–Si a ti te parece –dijo rendido Luna.

–No te entiendo –dijo Olga.

–Yo tampoco –dijo La Nena.

–No hay nada que entender –dijo Luna– yo simplemente pensé…

–Es mejor que no pienses –dijo Olga furiosa.

–Déjanos todo a nosotros –dijo La Nena protectora–.Voy con los niños a hablar con Hipólito, algo nos dará, siempre lo hace.

Los niños se entusiasmaron con la nueva tarea, pero el hambre ya empezaba a hacer estragos.

–Tal vez se ablande cuando vea a los niños –dijo Olga–. Pero a mí no quiso darme nada. Tengo la impresión de que todo el mundo aquí está bajo amenaza. Quien nos ayude está muerto.

–¿¡Muerto!? –gritaron los niños.

–No literalmente, por supuesto, quiero decir que pueden haber amenazado a Hipólito y a la señora Berta y a todo el mundo con botarlos a la calle si nos dan comida –aclaró Olga.

–¡Y se llevaron hasta las ollas! ¡los muy hijos de la gran puta! ¡Hasta la comida que había en la nevera se la llevaron! –venía gritando Rebeca por el pasillo.

–Es hora de comer y no tenemos olla –dijo Martín asustado con los gritos de Rebeca.

–¡He aquí tu sempiterna cantinela! –dijo Fausto– Siempre se va contigo a parar a lo incierto; eres el padre de todos los obstáculos; por cada servicio exiges una nueva recompensa…

–¡Ya llegó Fausto y no tenemos olla! –dijo Glinda.

No hay comentarios: