⎯¿No te importa ser el personaje central de mi pieza, no? −preguntó Luna después de mucho darle vueltas.
⎯No, maestro, cómo cree que me va a importar. Muy al contrario, estoy francamente agradecido, conmovido incluso –dijo Ígor.
⎯No es para tanto. Es sólo una idea −dijo Luna.
⎯Pero cuénteme, cuénteme más. ¿Cómo es la cosa con el tiempo? ¿Cuánto tiempo tiene que pasar para que nos encontremos a recordar? −se volvió a interesar Ígor.
⎯Nos encontremos no. Yo ya no voy a ser el otro personaje –dijo Luna, acentuando la gravedad de la voz, como si estuviera dándole una pésima noticia.
⎯¿Cómo no? –se sorprendó Ígor− entonces ¿quién va a ser mi oponente?
⎯Dialogante, Ígor. Es un diálogo, no una discusión −corrigió Luna.
⎯Como sea, maestro. La pregunta es con quién me voy a echar hipotéticamente los palos de aquí a veinte años –dijo Ígor.
⎯Con Salgar –dijo Luna–. Es la mejor solución. Me permite desprenderme de la historia, tomar distancia, reflexionar desde un ángulo ajeno.
⎯Absolutamente −aprobó Ígor con un amplio movimiento de la cabeza.
⎯Debe haber una revelación final que aclare el misterio de la historia, pero todavía estoy construyendo la intriga... −dijo Luna.
Parecía que iba a agregar algo más. Ígor esperó un rato y como Luna estaba absorto, tomándose a pico su cerveza, decidió intentar cambiar de tema.
⎯¿Y qué vamos a hacer ahora que no queda piedra sobre piedra en El Barrio?, maestro.
⎯Hablarán de Olga. Toda la conversación será una excusa para hablar de Olga. Porque ella representa el misterio de la libertad −dijo Luna, casi místico.
⎯Sí, claro −dijo Ígor, resignado a seguir escuchando sobre el mismo tema mientras duraran las cervezas.
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